miércoles, 16 de enero de 2013

El origen del plomo y los CFCs en la atmósfera

 
La ingeniería le ha brindado a la humanidad incontables beneficios, en todas las ramas y en en prácticamente todos los aspectos de la vida. El trabajo del ingeniero lidia con riesgos. Un mal cálculo, un error de diseño y la vida de personas se ven comprometidas. Un ejemplo lamentable de esto es lo que se describe a continuación, un ingeniero cuyo trabajo ha tenido amplias y profundas repercusiones a nivel global.
 

El Plomo


A finales de la década de los cuarenta, un estudiante graduado de la Universidad de Chicago, estaba utilizando un nuevo método de medición con un isótopo de plomo para intentar determinar la edad de la Tierra de una vez por todas. Este dato que hoy nos parece cotidiano, generó múltiples controversias y un gran esfuerzo para su determinación. Observó que todas sus muestras de rocas acababan contaminadas, casi todas contenían unas doscientas veces más plomo del que se esperaba. Patterson tardaría muchos años conocer la razón de esto.
Thomas Midgley, hijo, era ingeniero mecánico, pero se interesó en las aplicaciones industriales de la química. En 1921, cuando trabajaba para la General Motors Research Corporation en Dayton (Ohio), se encontraba en la búsqueda de una solución para el traqueteo o pistoneo de los motores de combustión interna utilizados en aviones y automóviles. Se trata de un fenómeno destructivo que empeora a medida que se aumenta la relación de compresión de los motores, provocando su rotura. Como para obtener mayores potencias es necesario aumentar la relación de compresión, el inconveniente se había vuelto crítico y muchos fabricantes de motores dedicaron ingentes esfuerzos para resolver el problema.
Thomas Midgley concluyó que el problema no se hallaba en el diseño de los motores sino en la fórmula del combustible utilizado. Luego de probar innumerables productos químicos en combinación con la gasolina de entonces, descubrió que añadiendo plomo tetraetílico al combustible, el fenómeno de trepidación desaparecía.
En 1923, tres grandes empresas, la General Motors, Du Pont y Stardard Oil crearon una empresa conjunta: la Ethyl Gasoline Corporation, con el fin de producir tanto plomo tetraetílico como el mundo estuviese dispuesto a comprar. Llamaron «etilo» a su aditivo porque les pareció más amistoso y menos tóxico que «plomo», y lo introdujeron en el consumo público el 1 de febrero de 1923.
Los vapores de plomo atacan directamente al sistema nervioso. Entre sus efectos se cuentan la ceguera, el insomnio, la insuficiencia re­nal, la pérdida de audición, el cáncer, la parálisis y las convulsio­nes, y hasta alucinaciones seguidas de coma y la muerte. De hecho, la inhalación de los vapores de plomo en elevadas concentraciones tuvo terribles consecuencias sobre los trabajadores de la fábrica del aditivo y provocaron la demencia y la muerte de numerosos empleados de la fábrica. Como el etilo representaba un negocio fenomenal, los directivos de la corporación negaron toda relación entre el químico y los desequilibrios mentales detectados, alegando que algunos operarios habían enloquecido debido al estrés causado por las intensas horas de trabajo acumuladas.
Cuando empezaron a difundirse rumores sobre los peligros del nuevo producto, el optimista inventor del etilo, Thomas Midgley, decidió realizar una demostración para los periodistas con el fin de disipar sus inquietudes, se echó en las manos plomo tetraetílico y luego se acercó un vaso de precipitados lleno a la nariz y lo aguantó sesenta segundos, afirmando insistentemente que podía repetir la operación a diario sin ningún peligro. Conocía en realidad perfectamente las consecuencias que podía tener el envenenamiento con plomo ya que el mismo había estado gravemente enfermo por exposición excesiva a él unos meses atrás y, a partir de entonces no se acercaba si podía evitarlo a donde lo hubiese, salvo cuando quería tranquilizar a los periodistas.
Los gases de escape de los vehículos impulsados por combustible con plomo han contaminado la atmósfera del planeta durante más de setenta años -y lo siguen haciendo en muchos países- elevando además los niveles de plomo en la sangre de miles de millones de personas, hasta que hace poco tiempo las petroleras comenzaron a reemplazar el plomo tetraetílico por compuestos menos dañinos, en los combustibles mal llamados “ecológicos”.


Los CFCs


Animado por el éxito de la gasolina con plomo, Midgley pasó luego a abordar otro problema tecnológico de la época. Los refrigeradores solían ser terriblemente peligrosos en los años veinte porque utilizaban gases tóxicos que se filtraban a veces al exterior. Una filtración de un refrigerador en un hospital de Cleveland (Ohio) provocó la muerte de más de cien personas en 1929. Midgley se propuso crear un gas que fuese estable, no inflamable, no corrosivo y que se pudiese respirar sin problema. y finalmente lo consiguió. Gracias a ello obtuvo numerosas distinciones, entre ellas la membresía de la Academia Nacional de Ciencias y la presidencia de la Sociedad Química Americana. Inventó los clorofluorocarbonos, o CFC.
Los CFCs empezaron a fabricarse a principios de la década de los treinta, y se les encontraron mil aplicaciones en todo, desde los acondicionadores de aire de los automóviles a los pulverizadores de desodorantes, antes de que se comprobase medio siglo después que estaban destruyendo el ozono de la estratosfera.
El ozono es una forma de oxígeno en la que cada molécula tiene tres átomos de oxígeno en vez de los dos normales. Es una rareza química, a nivel de la superficie terrestre es un contaminante, mientras que en la estratosfera resulta beneficioso porque absorbe radiación ultravioleta peligrosa. Pero el ozono beneficioso no es demasiado abundante. Si se distribuyese de forma equitativa por la estratosfera, formaría una capa de sólo unos dos milímetros de espesor. Por eso resulta tan fácil destruirlo.
Los clorofluorocarbonos tampoco son muy abundantes pero poseen una capacidad destructiva desmesurada. Un solo kilo de CFC puede capturar y aniquilar 70.000 kilos de ozono atmosférico y perduran mucho tiempo (aproximadamente un siglo como media). Su uso fue prohibido definitivamente al comenzar el siglo XXI, luego de décadas de severos daños atmosféricos que causaron el ensanchamiento del agujero de ozono hasta límites alarmantes.
Midgley nunca llegó a enterarse de todo esto porque murió mucho antes de que nadie se diese cuenta de lo destructivos que eran los CFC. Su muerte fue memorable por insólita. Después de quedar paralítico por la polio, inventó un artilugio que incluía una serie de poleas motorizadas que le levantaban y le giraban de forma automática en la cama. En 1944, se quedó enredado en los cordones cuando la máquina se puso en marcha y murió estrangulado.
Como una última ironía del destino, Midgley terminó siendo víctima de uno de sus propios inventos. Un historiador afirmó sobre Midgley que: "Tuvo más impacto en la atmósfera que cualquier otro organismo en la historia de la Tierra"

Fuente: A Short History of Nearly Everything, Bill Bryson

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